Cuando hablamos de aves carroñeras o necrófagas, se suele hacer alusión a los buitres, esos maléficos seres capaces de matar a las reses con sus afiladas garras, incluso de acabar con la vida de seres humanos (según comentarios de las gentes del lugar). Pero nada más lejos de la realidad.
En la península ibérica coexisten cuatro especies de buitre: leonado, negro, alimoche y quebrantahuesos; y un gran número de aves que en alguna ocasión también incluye la carroña en su dieta (milano negro y real, córvidos, águila real). Todas ellas pertenecen a la orden de los falconiformes.
Estas aves ejercen la importante función ecológica de localización y eliminación de animales muertos en los montes, evitando la propagación de enfermedades entre la fauna silvestre, por lo que se sitúan en la cúspidede la pirámide trófica del ecosistema.
El quebrantahuesos es capaz de tragarse los huesos y digerirlos gracias a los potentes jugos gástricos de su estómago. Las aves carroñeras no sólo pueden ingerir un alimento en descomposición sin que les afecten toxinas y agentes infecciosos, sino que además pueden destruir esos agentes.